miércoles, 27 de abril de 2011

Ana María Matute, impresiones de su discurso

"El que no inventa no vive"

Acabo de escuchar un discurso maravilloso. Me he emocionado, he sentido el mar de infancia, y la fantasía de un mundo extraño. He sentido ternura, infinita y escasa en el hombre, en la mujer de hoy. He sentido a Ana María Matute, he vistos sus ojos que lloran, su mente que inventa, sus manos frágiles que escriben. He escuchado su voz, corazón inmutable y grande. Gracias, Matute. Gracias por hacernos soñar, por hacernos volar. Por revindicar la inteligencia no al servicio del dolor, ni del individuo egocéntrico, ni del egoísta; sino como herramienta para destornillar nuestra coraza de metal, caja de prefabricada sociedad. Para liberar la alegría que encerramos, celosos y avaros, dejándola pudrir entre días de invierno, esperando un verano que sólo nos alcanzará cuando abandónenos, cuando venzamos nuestros miedos. Gracias, Matute, por inventarnos un mundo en el que podremos vivir.


Discurso de Ana María Matute en PDF

miércoles, 20 de abril de 2011

Don't Stop Believin', Journey



Hoy os voy a presentar en, una canción para cada día, dos canciones, por eso de llevarse uno mismo la contraria. La primera es 20 de abril, de los Celtas Cortos; la segunda, una canción que no he parado de escuchar desde que lo hiciera por primera vez durante el capítulo final de Los Soprano. Un himno del grupo Journey: banda roquera melódica formada en 1973 y que con la valiosa incorporación del vocalista Steve Perry pudieron darle profundidad y fuerza a sus letras, ya que su voz ha sido reconocida como una de las mejores del rock gracias a un registro descomunal y a un timbre de voz nítido y certero. Don’t Stop Believin’ forma parte de su álbum más vendido, Escape, que también incluía a temas tan conocidos como Open Arms (nombre del karaoke al que voy usualmente) o Who’s Crying Now. Aparte de Los Soprano, es conocida también por la versión del programa televisivo Glee en 2009. Sin embargo, nadie ha conseguido igualar la fuerza que Journey le impregnaba en los ochenta. Dedicada para los que escuchan la música tan alta que hacen creer al vecino que los cuadros de su casa se mueven por la mano maliciosa de un fantasma.





jueves, 14 de abril de 2011

Escrito de un sueño

Aquí, la recopilación del texto entero. Lo voy a llamar al final provisionalmente "Escrito de un sueño".

I

No he vuelto a soñar más con él, ni con nadie. Sólo con el dinero esparcido en mi alrededor. ¿Acabaré como ese hombre materialista, conformista, mediocre, como aquellos a los que se aferra la burguesía actual? Tengo miedo. Miedo a quien realmente deseo convertirme. Miedo, no de ser rico, sino de serlo, y de no hallar más que un abismo. Vacío presurizado, asfixia. Descuento porcentual y chicos. Al menos quedan los chicos, y el sabor de mi farmacéutico preferido jugando en la bolera. ¿En la bolera? Era martes, fui con mi amigo Luis bajo un cielo de amalgamas rosas y castañas repletas de gusanos. Sin grandes planes por delante, vimos una peli. Después de contemplar una tela negra coloreada por actores catalogados como estrellas y diálogos surrealistas, nos pusimos esos zapatos que te dan un aire de payaso de centro comercial. Y entonces me topé con él.

II

Allí estaba, con esas piernas invisibles a través del mostrador de la farmacia, y ahora al alcance de la vista, de espaldas, vestido con unos vaqueros que se a ajustaban más peligrosamente conforme iba doblando las rodillas para precipitar la bola en la posición correcta. Se me hizo tan imposible no aplaudir de forma apoteósica cuando hizo un strike, que llamé su atención. Podría estar pensando: menudo idiota, en cambio, se volvió seriamente (dientes separados, mirada de ojos negros, y nariz chatita) para comprobar de donde venían los aplausos. Quizás imbuido por el trato social deferente de “el cliente siempre tiene la razón” esbozó una sonrisa y pronunció al fin las palabras clave: “Hola, ¿qué tal?”.

III

Si soy capaz de fijarme en aquellos vaqueros, en esas piernas, ¿de verdad sólo me importa el dinero? No, no solo me importan las piernas y el dinero… me gusta la literatura, y disfruto los domingos por la tarde cuando mi amigo Luis me cuenta los secretos profesionales de su consulta psicoanalítica. Me agradan muchas cosas, aunque solo sueñe con millones de euros ingresados en una cuenta bancaria, la mía.

IV

La realidad, poco a poco, se ha convertido en un pequeño infierno, el tema me obsesiona. Mi amigo me ha recomendado no pensar más, no seguir dándole vueltas. Pero yo nací con cuernos, es decir, taciturno por naturaleza. Cuando resulta que estoy apunto de no seguir pensando más en el sueño, cuando por fin me encuentro libre de conciencia, de saber que no iré el infierno, de ratificarme como buena persona y no dudar mas de mi honradez, cuando siento que todo el mal se diluye como colacao en leche, me alcanza la noche, y ésta me recuerda mi único sueño y temor: ganar la lotería. Me acuesto tiritando, con las manos puestas en la colcha y los ojos relajados tal como indica la cinta de autoayuda que me recomendó un compañero de trabajo. Los párpados caen mientras con todas mis fuerzas intento librarme de aquellos papelillos. Imposible. Por ello, la única alternativa que encuentro es el insomnio. ¡Qué ganas de padecer!

V

Al final, me he rendido, y he debido acudir a un especialista. Mi amigo Luis se negó a psicoanalizarme, se limitó a recomendarme un compañero de profesión. Enrique Gómez González.

VI

El despacho de un sicoanalista no tiene desperdicio en las películas: bolitas de relajación, diván, diseño austero, muebles de calidad y toda una serie de objetos que han sido catalogados de inútiles por los profesionales españoles. Claro, somos como ellos, pero a lo cutre. Allí no había bolitas y mares dando vueltas, sólo papeles bajo un bote repleto de bolígrafos y dientes de clínica privada costeados con el dinero de los desgraciados que entraban por la puerta de aquella consulta.

En un primer momento, bien:

- Buenos días – dijo él.

- Buenos días – contesté yo.

- Manuel Pizarro, ¿Cómo quiere que le llame?

- Sí, soy yo.

- De acuerdo, a mi me llaman Enrique, cuénteme que le ocurre.

- ¿Tiene hora? – No fue apropósito, quería asegurarme de que no me timara.

Después la cosa fue realmente mal. Enrique quería hacerme ver que el dinero no era tan importante. (¡Cómo que no es tan importante!) Entonces viendo la certeza de mi afirmación me preguntó por otras aficiones. Sin embargo, después de cincuenta y seis minutos transcurridos, salí mareado, deprimido, inútil, robado. Supongo que la estrategia consistió en la famosa terapia de choque pero a mí me funcionó tan bien que no he vuelto a ir.

VII

Hace unos días empecé a trabajar una idea que se le escapó al sicoanalista en su última y primera revisión: intentar recordar mi último sueño sin un centavo de por medio. Resultó fácil recordar ese momento mágico tan anhelado. Hasta llegué a escribirlo:

Hace veinte años, en un día indeterminado de instituto, la profesora de Lengua y Literatura faltó a clase. Mis compañeros empezaban a forjar una sonrisa risueña mientras los rayos del sol se colaban y bailaban por las mesas. Las hormigas daban a entender al mundo que nuestra profesora no volvería en mucho tiempo y que, dada la magnitud del desastre, habría que solucionarlo. Las voces de las niñas se mudaban de un lado para otro y las tizas dibujaron figuras obscenas en la pizarra gracias a la ausencia de autoridad que sufría la clase. Hasta que un aura de extraña realidad se apoderó de la estancia al tiempo que entraba un hombre mayor con bigote gris y pelo rizado. Sonreía como si le hubieran dado un premio Nobel, o como si estuviera a punto de contar un chiste muy largo. Al principio nadie pareció reconocerlo, pero yo, amante de la literatura estaba alucinado, patidifuso, inerme, muerto. Llegué a creer que le di una pésima primera impresión pues, cuando viró sus ojos hacía el pupitre donde estaba sentado, se topó con mi mirada perdida, una cara de bobo que le proporcionaron la información suficiente para catalogarme como el tonto de la clase, o al menos, el que no se entera de nada. Escribió su nombre en la pizarra y todos quedaron también inermes, pero no asombrados: ¡Nadie sabía de quién se trataba! Yo por aquel entonces sólo había leído cinco de sus novelas. Me alucinó aquella forma de describir un mundo repleto de personajes mágicos, las frases magistrales que parecían sonar al pasear mi lectura entre sus letras y el carácter primigenio de sus relatos. Quedé atrapado entre su universo y el aula, entre sus facciones y las portadas de los libros. Asido a un bucle de visiones que paró cuando el nuevo profesor comenzó a dar la clase. El tema versaba sobre los recursos estilísticos e inició la explicación de las anáforas. Su voz me raspó el oído: errónea y real, sin ningún nexo en común con su otra voz, la voz de sus escritos, me decepcionó. Sin embargo yo seguía manteniendo los ojos tan abiertos al dios que tenía enfrente que no advertid las notas de opinión de mis compañeros sobre el nuevo profesor. Al terminar la clase, que era la última, salieron pitando. El profesor se quedó elaborando una nueva lista con la que memorizar mejor los nombres de sus nuevos alumnos. Estos habían dejado el aula desierta, huérfano el silencio de papeles esparcidos en el recreo y una excepción, yo. Gabo alzó la vista y me observó como lo hacen las madres cuando deducen de forma irresoluta cual es el marisco fresco de las pescaderías. “Chico, te has tirado toda la clase mirando a las musarañas, ¿acaso te has enamorado?” Casi lo hago en ese mismo instante.

Solo que desperté de un sueño en el que aparecía Gabriel García Márquez.

Escritos por capítulos, VII (Final)

Leer el VI capítulo

VII (Final)

Hace unos días empecé a trabajar una idea que se le escapó al sicoanalista en su última y primera revisión: intentar recordar mi último sueño sin un centavo de por medio. Resultó fácil recordar ese momento mágico tan anhelado. Hasta llegué a escribirlo:

Hace veinte años, en un día indeterminado de instituto, la profesora de Lengua y Literatura faltó a clase. Mis compañeros empezaban a forjar una sonrisa risueña mientras los rayos del sol se colaban y bailaban por las mesas. Las hormigas daban a entender al mundo que nuestra profesora no volvería en mucho tiempo y que, dada la magnitud del desastre, habría que solucionarlo. Las voces de las niñas se mudaban de un lado para otro y las tizas dibujaron figuras obscenas en la pizarra gracias a la ausencia de autoridad que sufría la clase. Hasta que un aura de extraña realidad se apoderó de la estancia al tiempo que entraba un hombre mayor con bigote gris y pelo rizado. Sonreía como si le hubieran dado un premio Nobel, o como si estuviera a punto de contar un chiste muy largo. Al principio nadie pareció reconocerlo, pero yo, amante de la literatura estaba alucinado, patidifuso, inerme, muerto. Llegué a creer que le di una pésima primera impresión pues, cuando viró sus ojos hacía el pupitre donde estaba sentado, se topó con mi mirada perdida, una cara de bobo que le proporcionaron la información suficiente para catalogarme como el tonto de la clase, o al menos, el que no se entera de nada. Escribió su nombre en la pizarra y todos quedaron también inermes, pero no asombrados: ¡Nadie sabía de quién se trataba! Yo por aquel entonces sólo había leído cinco de sus novelas. Me alucinó aquella forma de describir un mundo repleto de personajes mágicos, las frases magistrales que parecían sonar al pasear mi lectura entre sus letras y el carácter primigenio de sus relatos. Quedé atrapado entre su universo y el aula, entre sus facciones y las portadas de los libros. Asido a un bucle de visiones que paró cuando el nuevo profesor comenzó a dar la clase. El tema versaba sobre los recursos estilísticos e inició la explicación de las anáforas. Su voz me raspó el oído: errónea y real, sin ningún nexo en común con su otra voz, la voz de sus escritos, me decepcionó. Sin embargo yo seguía manteniendo los ojos tan abiertos al dios que tenía enfrente que no advertid las notas de opinión de mis compañeros sobre el nuevo profesor. Al terminar la clase, que era la última, salieron pitando. El profesor se quedó elaborando una nueva lista con la que memorizar mejor los nombres de sus nuevos alumnos. Estos habían dejado el aula desierta, huérfano el silencio de papeles esparcidos en el recreo y una excepción, yo. Gabo alzó la vista y me observó como lo hacen las madres cuando deducen de forma irresoluta cual es el marisco fresco de las pescaderías. “Chico, te has tirado toda la clase mirando a las musarañas, ¿acaso te has enamorado?” Casi lo hago en ese mismo instante.

Solo que desperté de un sueño en el que aparecía Gabriel García Márquez.

Comenzar a leer desde el I capítulo

Escritos por capítulos, VI

Leer los capítulos IV y V

VI

El despacho de un sicoanalista no tiene desperdicio en las películas: bolitas de relajación, diván, diseño austero, muebles de calidad y toda una serie de objetos que han sido catalogados de inútiles por los profesionales españoles. Claro, somos como ellos, pero a lo cutre. Allí no había bolitas y mares dando vueltas, sólo papeles bajo un bote repleto de bolígrafos y dientes de clínica privada costeados con el dinero de los desgraciados que entraban por la puerta de aquella consulta.

En un primer momento, bien:

- Buenos días – dijo él.

- Buenos días – contesté yo.

- Manuel Pizarro, ¿Cómo quiere que le llame?

- Sí, soy yo.

- De acuerdo, a mi me llaman Enrique, cuénteme que le ocurre.

- ¿Tiene hora? – No fue apropósito, quería asegurarme de que no me timara.

Después la cosa fue realmente mal. Enrique quería hacerme ver que el dinero no era tan importante. (¡Cómo que no es tan importante!) Entonces viendo la certeza de mi afirmación me preguntó por otras aficiones. Sin embargo, después de cincuenta y seis minutos transcurridos, salí mareado, deprimido, inútil, robado. Supongo que la estrategia consistió en la famosa terapia de choque pero a mí me funcionó tan bien que no he vuelto a ir.

Leer el final, VII capítulo

Escritos por capítulos, IV y V

(Leer el II y III capítulo)

IV

La realidad, poco a poco, se ha convertido en un pequeño infierno, el tema me obsesiona. Mi amigo me ha recomendado no pensar más, no seguir dándole vueltas. Pero yo nací con cuernos, es decir, taciturno por naturaleza. Cuando resulta que estoy apunto de no seguir pensando más en el sueño, cuando por fin me encuentro libre de conciencia, de saber que no iré el infierno, de ratificarme como buena persona y no dudar mas de mi honradez, cuando siento que todo el mal se diluye como colacao en leche, me alcanza la noche, y ésta me recuerda mi único sueño y temor: ganar la lotería. Me acuesto tiritando, con las manos puestas en la colcha y los ojos relajados tal como indica la cinta de autoayuda que me recomendó un compañero de trabajo. Los párpados caen mientras con todas mis fuerzas intento librarme de aquellos papelillos. Imposible. Por ello, la única alternativa que encuentro es el insomnio. ¡Qué ganas de padecer!

V

Al final, me he rendido, y he debido acudir a un especialista. Mi amigo Luis se negó a psicoanalizarme, se limitó a recomendarme un compañero de profesión. Enrique Gómez González.

Leer el VI capítulo

Escritos por capítulos, II y III

Aquí os dejo los dos siguientes capítulos. (Por cierto, el texto ya estaba escrito, sólo son tres páginas y me he rendido a convertirlo en algo, cuento, artículo o lo quiera que sea esto. Lo publico por entregas ya que creo que resulta ser más cómodo tomarse con un pequeño texto, que con uno extenso).

Lee el I Capítulo.

II

Allí estaba, con esas piernas invisibles a través del mostrador de la farmacia, y ahora al alcance de la vista, de espaldas, vestido con unos vaqueros que se a ajustaban más peligrosamente conforme iba doblando las rodillas para precipitar la bola en la posición correcta. Se me hizo tan imposible no aplaudir de forma apoteósica cuando hizo un strike, que llamé su atención. Podría estar pensando: menudo idiota, en cambio, se volvió seriamente (dientes separados, mirada de ojos negros, y nariz chatita) para comprobar de donde venían los aplausos. Quizás imbuido por el trato social deferente de “el cliente siempre tiene la razón” esbozó una sonrisa y pronunció al fin las palabras clave: “Hola, ¿qué tal?”.

III

Si soy capaz de fijarme en aquellos vaqueros, en esas piernas, ¿de verdad sólo me importa el dinero? No, no solo me importan las piernas y el dinero… me gusta la literatura, y disfruto los domingos por la tarde cuando mi amigo Luis me cuenta los secretos profesionales de su consulta psicoanalítica. Me agradan muchas cosas, aunque solo sueñe con millones de euros ingresados en una cuenta bancaria, la mía.

Leer el IV y V capítulo

miércoles, 13 de abril de 2011

Escritos por capítulos

Si en los periódicos se realizan novelas por entregas, ¿se podría hacer lo mismo con un relato en el blog? Y aún más, ¿se podría publicar aún sabiendo, mejor dicho, no sabiendo la naturaleza del escrito: si es artículo o cuento, novela corta inacabada, o simples páginas escritas? Para estar cogiendo electrones entre los archivos, prefiero publicarlas por aquí, por entradas (no las de la cabeza, sino las del blog). No tiene título. Se aceptan sugerencias.Por ahora las iré entregando con el rancio nombre de Escritos por capítulos: aquí os dejo el primero.

I

No he vuelto a soñar más con él, ni con nadie. Sólo con el dinero esparcido en mi alrededor. ¿Acabaré como ese hombre materialista, conformista, mediocre, como aquellos a los que se aferra la burguesía actual? Tengo miedo. Miedo a quien realmente deseo convertirme. Miedo, no de ser rico, sino de serlo, y de no hallar más que un abismo. Vacío presurizado, asfixia. Descuento porcentual y chicos. Al menos quedan los chicos, y el sabor de mi farmacéutico preferido jugando en la bolera. ¿En la bolera? Era martes, fui con mi amigo Luis bajo un cielo de amalgamas rosas y castañas repletas de gusanos. Sin grandes planes por delante, vimos una peli. Después de contemplar una tela negra coloreada por actores catalogados como estrellas y diálogos surrealistas, nos pusimos esos zapatos que te dan un aire de payaso de centro comercial. Y entonces me topé con él.

Lee el II y III capítulo

miércoles, 6 de abril de 2011

Blog: 365 canciones

La historia de este blog arranca el 1 de abril. Aunque se fraguó mucho antes con el deseo de aprender sobre los temas que siempre escucho, con la decisión de escribir cada día un cachito sobre la historia de estas canciones. (Sólo un cacho, unas cuentas líneas). La idea surgió como un ejercicio práctico con el fin de memorizar con mayor facilidad los nombres de los artistas y sus obras. Pero después me di cuenta que podía compartir este material con el mundo, con mis amigos, con mis lectores y con todos aquellos interesados por la música. Este blog es el producto final: 365 canciones, una canción para cada día.



martes, 5 de abril de 2011

El Crack de 2009

Ahora os quiero presentar un libro escrito por 49 autores, entre los cuales me encuentro yo. Es un honor para mí estar entre escritores tan reconocidos como Lorenzo Silva o amigos como Ramón Alcaraz, Lola Buendía o María Monjas. Todo ello auspiciado por el trabajo impecable de Noemí Trujillo Giacomelli.

Se trata de un libro recopilatorio de historias relacionadas con el crack de 2009, 49 formas, ángulos desde el que contar la cara humana de la crisis. Lo podéis adquirir a través de esta página. También encontrareis información de todos sus autores, y fragmentos de algunos de los relatos. Por último decir que "El Crack de 2009" será presentado en el festival de Vilapoètica, al que os vuelvo animar que asistáis.

"La igualdad de la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea necesitado de venderse." Jean-Jacques Rousseau

Vacaciones y Vilapoètica

Al fin he terminado el curso de turismo. Ya soy Técnico Superior después de un proyecto agotador. Supe la nota de éste último el treinta de marzo, y desde entonces vivo en una nube. Vacaciones. Ya puedo dedicarle tiempo al blog, a la poesía y a la escritura (que para mí son como tres mellizos que logro diferenciar porque el más fuerte usa una gorra azul, el listo una rosa y el último, el más sincero, no lleva; pero que en realidad están hechos de la misma materia: la palabra).

Más que contaros mi vida, lo que pretendía era dejaros la información sobre un estupendo festival poético y de sonrisas que ha organizado Noemí Trujillo. Estoy invitado, aunque no podré ir por motivos económicos y personales, conjunción fatídica e irresoluble. Sin embargo, tengo la alegría de haber participado en un libro conjunto que promocionaré en el siguiente post. Por ahora es VilaPoètica el evento al que quiero que vayáis (si podéis), seguro que merecerá la pena. Os pego con fixo la confortable página Web, ahí tenéis información del día, la hora y el lugar. Yo mientras tanto voy acoplando las nubes para que ese dia llueva a gusto de unos pocos enamorados: los amantes de la poesía.

http://www.vilapoetica.org/